Plan Nacional de Lectura

Leer en días de carnaval

Les proponemos dar un paseo por algunos textos claves sobre la historia y las particularidades de esta fiesta. 



 

A lo largo de los siglos, en las ciudades y en el campo, muchos escritores han narrado esta celebración que habita entre disfraces, máscaras y bailes pero sobre todo, que lleva la consigna de liberarse del mundo cotidiano de rutinas y roles tal como se ha establecido. Hoy les proponemos dar un paseo por algunos textos claves sobre la historia y las particularidades de esta fiesta.

 

“Frufrúes, tintines, sedas, cascabeles, collares de risas, chillidos alegres”, comienza así “Carnaval”, el poema que la poetisa uruguaya Delmira Agustini escribió y publicó en las costas del Río de la Plata, un cálido febrero de 1913, hace exactamente un siglo. Es que esta fiesta popular de origen pagano es probablemente la festividad de mayor tradición en la historia de la humanidad; y así lo ha reflejado la literatura.

 

En español, una de los primeros y más conocidos textos es la “Batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma”, que aparece en El Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, allá por el 1500. En la pelea entre Don Carnal (el Carnaval) y Doña Cuaresma (la Iglesia), dice: "De mi, doña Cuaresma, justicia de la mar, alguacil de las almas que se habrán de salvar, a ti, Carnal goloso, que nunca te has de hartar, el Ayuno en mi nombre, te va a desafiar".

 

Si bien se cree que el origen de esta fiesta proviene de las fiestas paganas -como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales romanas, o las que se ofrecían al toro Apis en Egipto hace más de cinco mil años – con el paso del tiempo, el carnaval fue adoptado por los pueblos que poseen tradición cristiana, precediendo a la Cuaresma. Justamente, se cree que el término carnaval proviene del latín medieval carnelevarium ("quitar la carne") refiriéndose a la prohibición religiosa de consumir carne durante los cuarenta días previos a la Pascua.

 

Aunque las formas de celebración actuales sean diferentes en el mundo, se mantiene una característica común en todos lados: es un período de permisividad y cierto descontrol. En la noche del Carnaval todo vale y dice la leyenda que por eso, las personas se ponen máscaras y disfraces.  

 

“Musa, la máscara apresta /ensaya un aire jovial /y goza y ríe en la fiesta”; escribió el poeta Rubén Darío su “Canción de carnaval”-incluida en el libro “Prosas profanas y otros poemas” (1896)- inspirado en los festejos porteños, durante una temporada que vivió en Buenos Aires.

 

Apenas unos años antes, en España, Gustavo Adolfo Bécquer publicaba el artículo “El Carnaval” (1862) en "El Contemporáneo", lamentando que “la condición de los escritores es peor que la de los esclavos. A ellos, en la antigua Roma, les era permitido en esta época desquitarse del silencio y las humillaciones de un año en un día de libertad sin límites. Durante ese día arrojaban impunemente al rostro de sus dueños toda clase de acusaciones; se mofaban de sus ridiculeces y, reprochándoles sus vicios y haciéndoles oír una vez al menos el áspero lenguaje de la verdad, acaso les enseñaban la única senda que debieron seguir y de la que, ciegos con el humo de las lisonjas, se habían extraviado”.

 

Mucho más acá en nuestro tiempo, y con tono meláncolico y tanguero, también ha reflexionado sobre el corso el locutor y escritor porteño Alejandro Dolina, asegurando que “tal vez ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas. Que se rían los brasileños. Tengamos, eso sí, fiestas y reuniones populares. Pero no dejemos de ser quienes somos. Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad. A lo mejor, los carnavales de antaño, tan añorados por los animadores de la radio, no eran mas que eso: una reunión de gente triste que buscaba consuelo” (del cuento “El Corso triste de la calle Caracas”).

 

Pero el carnaval no es sólo el de las ciudades. En nuestro país, en la región de Humahuaca, se fusionó la celebración introducida por los españoles con los rituales nativos destinados a celebrar la fecundidad y a honrar a la deidad de la Madre Tierra, la Pachamama, por los bienes recibidos. El carnavalito – un estilo folclórico centenario- ha  sido desarrollado precisamente para las celebraciones en la región noroeste andina, tan bien descriptas por el escritor Héctor Tizón, a lo largo de su obra.

 

En la Provincia de La Rioja, “La Chaya Riojana” es una fiesta ancestral y popular muy ligada al Carnaval, que reconoce como principal protagonista al Pujllay, un muñeco de trapo de tamaño natural con cabeza canosa en torno al cual se desarrolla la celebración. Este dios del carnaval nace el sábado anterior al festejo y su entierro tiene lugar el Domingo de Cenizas.

En la zona mesopotámica, limítrofe con Brasil y Uruguay, existen importantes celebraciones en un estilo similar al carnaval brasileño, aunque con elementos de la cultura rioplatense como el candombe. Cercano a esta región, en la provincia de Chaco, el gran escritor Gustavo Roldán no has dejado varios cuentos para leer con los más chicos en estas fechas.

 

Recomendamos especialmente su libro “Carnavales eran los de antes”, en el que se narra una anécdota relacionada con estas festividades y con un disfraz tan perfecto del sapo que hizo terminara en el Zoológico de Buenos Aires. Todo esto, sucediendo entre monos, pájaros y las profundas reflexiones del Piojo y de Don Sapo, que ocurren mientras “más allá daban vueltas el Tapir, el Tatú Carreta, el Oso Hormiguero y el Jabalí”. 

*Agradecemos a ONAIRE, Colectivo Gráfico, por ceder las imágenes para esta nota.

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