Plan Nacional de Lectura

Saramago, literatura para “desasosegar”

Un día como hoy, tres años atrás, moría José Saramago en su casa de las isla de Lanzarote. En uno de los últimos encuentros con la prensa, había dicho: “Yo no escribo para agradar ni para desagradar. Yo escribo para desasosegar. Pues a mí me gustaría que todos mis libros fuesen considerados libros para el desasosiego.”



Hijo y nieto de campesinos sin tierra, José Saramago nació en la aldea portuguesa de Azinhaga, el 18 de noviembre de 1922. Sus padres emigraron a Lisboa cuando aún no había cumplido dos años y fue en esa ciudad donde transcurrió gran parte de su vida.

Debido a los problemas económicos que afectaron a su familia, no pudo terminar sus estudios secundarios. Así es que de joven fue campesino, mecánico automotriz, vendedor de seguros, aprendiz de reportero y, finalmente periodista, como antesala a su oficio y refugio definitivo: escritor.

Su obra fue prácticamente desconocida hasta 1982, cuando publicó “Memorial del convento”. A partir de ese momento, sobrevino una actividad literaria frenética, grandes títulos con escaso tiempo de diferencia, que lo llevarían en 1998 a ser el primer escritor de habla portuguesa en recibir un Premio Nobel de Literatura.

La novela “El Evangelio según Jesucristo” (1991) lo condujo a la fama a causa de una polémica sin precedentes en Portugal —que se considera una república laica—, cuando el gobierno vetó su presentación al Premio Literario Europeo de ese año, alegando que la obra ofendía a los católicos.

Como acto de protesta, Saramago abandonó Portugal y se instaló en la isla de Lanzarote (Canarias, España). En 1995 publicó una de sus novelas más conocidas, “Ensayo sobre la ceguera”, que fue llevada al cine en el 2008 bajo la dirección de Fernando Meirelles. En 1997 publicó su novela “Todos los nombres”, que también recibió gran reconocimiento.

En uno de sus últimos encuentros con la prensa, en noviembre de 2009, Saramago dijo: “La muerte no me importa. Pero sí me afecta desde un punto de vista muy egoísta, porque es finalmente el estar y ya no estar. Eso es la muerte: el haber estado y ya no estar. Que estaremos en la vida futura, puede que sí. Pero lo que no puedo aceptar es que alguien me diga que mis pecados los pagaré en el infierno y que ahí me quedaré por toda la eternidad. Crueles somos nosotros los hombres que concebimos la pena perpetua (…) Tan crueles como Dios somos los seres humanos. La idea de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza se invierte; nosotros hemos creado a Dios a nuestra imagen y semejanza.”

En ese mismo encuentro también se refirió a un tema bastante recurrente: “Hay una pregunta que persigue a los escritores, ¿por qué escribir? Como decía el filósofo griego el movimiento se demuestra andando, y la razón de escribir en el fondo no es más que eso: escribir. Pero hay otra pregunta más compleja, ¿para qué se escribe? Y eso depende del punto de vista. A lo mejor yo hace unos cuantos años no sabía decir para qué escribía, pero ahora lo tengo bastante claro. Yo no escribo para agradar ni para desagradar. Yo escribo para desasosegar. Algo que me gustaría haber inventado, pero que ya lo inventó Fernando Pessoa, El libro del desasosiego. Pues a mí me gustaría que todos mis libros fuesen considerados libros para el desasosiego.”

Saramago y el VivaLectura

En 2007, el escritor portugués estuvo en Argentina, presentando la primera edición del certamen VivaLectura –el concurso auspiciado por la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos), la fundación Santillana y el ministerio de Educación de la Nación a través del Plan Nacional de Lectura- que tiene como objetivo estimular, fomentar y rendir homenaje a las experiencias más destacadas en materia de promoción de la lectura.

En esa ocasión,  Saramago se hizo presente en el Ministerio de Educación junto a su compañera, Pilar del Río y respondió las preguntas que le hicieron algunos estudiantes de escuelas públicas de la Ciudad de Buenos Aires.

Cuando un chico de trece años le preguntó  “¿A qué se debe la libertad de puntuación al escribir?”, él contestó: “Yo tengo la teoría de que hay una especie de contaminación de los caracteres", y agregó que la puntuación no siempre existió y en algunas lenguas aún se habla como el hebreo, “tampoco existen”. “Hablamos con sonidos y pausas. Si el lector lee un libro mío, entra en esa lógica y puede poner en la escritura lo que falta”, continuó Saramago, y le propuso al chico "leer en voz alta una página o dos" para ver que así estará obligado a "musicalizar" lo que falta.

En ese encuentro, Saramago también aseguró que él creía “que un lector nace lector" y recordó que en su infancia "aunque no teníamos nada de 'entretenimiento' no nos aburríamos". Porque "el aburrimiento es una enfermedad de la abundancia". Los mayores, continuó, debemos recordar la experiencia de llevar un libro a la cama y así leer, leer, leer. Hasta que la madre en la habitación de al lado dice: 'Apagá la luz', cuando lo que debería haber dicho es: 'Enciende la luz, ilumínate'".

 

Deja una respuesta