Plan Nacional de Lectura

Celebramos el oficio de escribir

Día del escritor y día del libro en Argentina. Hacemos honor a ambas fechas, de la mano de Haroldo Conti y de su hermoso texto llamado La vida y la literatura.



“…Todo lo que pretendo es que otros, la mayoría de los cuales no llegaré a conocer nunca, se vivan a partir de esa minúscula asociación de signos que mientras alguien no los anima apenas son un trazo de tinta…”, dice Haroldo Conti.

El 13 de junio se celebra el día del escritor en honor a Leopoldo Lugones, escritor, periodista, político argentino, fundador de la Sociedad Argentina de Escritores. Por otro lado, cada 15 de junio desde 1908, en nuestro país se conmemora el día del libro, fecha que coincide con la entrega de los premios de un concurso literario organizado por el Consejo Nacional de Mujeres.

Dos fechas que hacen síntesis: Leer, escribir y como dice Conti, vivir. En honor a los escritores y escritoras, y en homenaje a los libros, recordamos las palabras del autor de Sudeste, que resultan casi un manifiesto de vida.

“…Se nos pregunta con frecuencia por qué escribe uno. Yo mismo me he hecho varias veces esa pregunta desde el momento en que la literatura dejó de ser para mí una novedad y comenzó a hacer casi un oficio. Por qué no hacer otra cosa  si, después de todo, esto no me hace especialmente feliz. Bueno, en el fondo no sé muy bien por qué, todo lo que puedo decir es que feliz o infeliz resulta al menos por ahora mi única manera de realizarme, casi diría mi manera de existir (siempre que se le de al término su verdadera consistencia filosófica). Puedo usurpar momentáneamente otras vidas pero donde me asumo en términos absolutamente personales es en esta cosa de escribir, con sus encantos y sus  desencantos también absolutamente personales. Con esto no quiero darle a mi tarea un énfasis especial, el sentido misional o el dramático que algunos le dan en mi caso no lo considero esencial, digo nada más que es mi manera de realizarme, lo que tiene de padecimiento va por mi cuenta.

Hay una pregunta que sigue inmediatamente a ese primera, que de alguna manera depende de ella y aún está implicada en ella, aunque no parezca así a primera vista: ¿cómo escribo? Pero entiendan que si al escribir lo tomo como un consistir, al preguntar cómo escribo en resumidas cuentas pregunto cómo o en qué consisto. Les parecerá muy simple si digo que para mí escribir es evocar, pero no aludo naturalmente a esa amable literatura que va extrayendo del pasado plácidos y cariñosos recuerdos. Lo entiendo como una actitud existencial, yo soy yo y mi historia. Y aún esto mismo es una distinción ideal. Como identidad yo soy mi historia de manera que al evocarme no hago otra cosa que rescatarme como persona como individuo como este exclusivo individuo con su exclusiva historia que lo único que puede dar testimonio es de su existencia y que en definitiva no hace otra cosa que su propia existencia. Y así, a través de mis personajes soy yo el que me vivo. Me vivo en historias que fueron o pudieron ser, no importa su correspondencia efectiva en el tiempo porque, después de todo, el tiempo sin nosotros, sin lo que nosotros proyectamos en él no es más que un negro vacío o mejor simplemente nada. Y todo lo que pretendo es que otros, la mayoría de los cuales no llegaré a conocer nunca, se vivan a partir de esa minúscula asociación de signos que mientras alguien no los anima apenas son un trazo de tinta.

Este es el único interés que tiene para mí la literatura, digo para mí puesto que me refiero  a mi exclusiva experiencia, no sé si después de todo he llegado a ser un escritor pero lo que indiscutiblemente no soy es un literato.

 Cuando escribí Sudeste, mi primera novela, vivía prácticamente en las islas y aparte del hecho de empuñar una lapicera y sentarme frente a una hoja de papel, la historia salió de la gente y las cosas, casi a mi pesar. Por ese tiempo no conocía a casi ningún escritor y creo que desde ese entonces, cuando me resultaban tan lejanos, comprendí que no hay nada mejor que esa lejanía para participar de esos mundos. Estoy seguro de que no hubiera ganado nada, más bien habría perdido, como perdí tantas veces, conociendo a la persona Faulkner, o Marx, o Morosoli o Macedonio Fernández, o Joyce, o Pavese o Horacio Quiroga o Dailan Thomas, hablo de ellos como si todos estuvieran vivos, en cierta forma lo están, la única como los conocí y representan algo para mí. Su persona real, aunque llamarla así es bien relativo, no se interpuso entre yo y ellos y justamente por eso me resultan tan familiares y todavía hoy me escoltan como viejos conocidos, a través de sus  libros me entregaron lo mejor de sus vidas y quedo para ellos la pequeñez, la anécdota y tal vez la miseria de sus personales existencias, apenas distintas a la mía por el nombre”.

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