Plan Nacional de Lectura

Día nacional de la historieta

Celebramos la lectura de historietas y seguimos homenajeando a Mafalda, cuando se cumplen 50 años de su aparición. Esta vez en la voz de Juan Sasturain.



Este año, el Ministerio de Educación de la Nación, edita 10 millones de colecciones de Mafalda para las escuelas primarias, secundarias y los terciarios de todo el país. También llegarán ejemplares de los Derechos del Niño, en español y en 7 lenguas originarias, ilustrados por Quino.

¡Mafalda en toda las escuelas del país!

En el Día Nacional de la Historieta, compartimos las palabras del escritor Juan Sasturain, en el homenaje a Quino, el pasado 19 de agosto en la sede del Ministerio de Educación.

 

Lavado sin planchar o tres veces otro

“Vino impecable de origen. Vino Lavado de apellido y de salida. Prelavado casi: Quino empezó hace sesenta años con un dibujo tan limpio que no parecía para salir a la calle. Sólo de tablero. Porque en la calle, en las revistas, eso que él hacía no se usaba. Pero el muchachito mendocino con semisonrisa, anteojos ya y dos dedos de pelo todavía –sobre varios más de frente– tenía una línea tan clara como sus ideas. Por eso pudo ser él entre ajenos, sin ensuciar ni la línea ni las manos ni las ideas.

Así, en el principio, el principiante hacía un humor mudo que interrumpía cada semana, con varios minutos de silencio, las páginas saturadas de ruido verbal y gráfico del glorioso Rico Tipo de los cincuenta. Quino fue –como había sido Oski desde lo suyo– la posibilidad de otra cosa al margen del costumbrismo torrencial de humor porteño de Divito & Cía. Lo notable es que lo hiciera ahí y lo singular, en ese Quino primero, es que trabajara con humor callado y –además– con sujeto tácito. Sin personaje o rubro en qué descansar.

Porque por entonces, y a diferencia de hoy, eran frecuentes las historietas unitarias de humor silente: Lino Palacio solía callarse con Don Fulgencio, Ferro siempre lo hacía con Cara de Ángel, Medrano nunca dibujó un globo en los Grafodramas de La Nación y eran varias las triviales tiras mudas sin marca de origen que poblaban la contratapa de La Razón, ese mercado persa.

Pero hay –se sabe– diferentes maneras de callar. La mayoría con el silencio dice poco o boludeces; los genios –Steinberg, Herriman, Sterret– casi demasiado: no falta nada, sobra sentido. Es lo que va de cualquier mimo a Buster Keaton. Lo de Quino fue siempre silencio elocuente; el gag único o la secuencia mínima con otra vueltita de tuerca, ese plus –de relato entrevisto, de apunte psicológico o social– que hizo que un calificado de la generación siguiente, Fontanarrosa, lo recortara contra su tiempo y el resto: “Quino aportó la inteligencia”. Eso es. Y puso un techo nuevo.

Pero no se enyesó. Aunque Quino entró en los sesenta armado y afamado, con un oficio hecho, otra vez –como una década atrás– no hizo lo que había o lo que solía él mismo hasta entonces sino otra cosa: de repente, en 1964, hace cincuenta años,  Mafalda.

Limpiamente, Lavado saltó la valla de la mano de la petisa y en un solo gesto rompió su rutina y la de los medios. Asumió riesgos, como se dice ahora. Sobre el papel, cambió todo menos la línea y la obsesiva claridad: tomó la palabra, asumió la secuencia –tira autoconclusiva– y creó un personaje (y después pobló sus alrededores con otros). Nada de eso había hecho hasta entonces. Con todo el background y la historia del subgénero a sus espaldas –menos mochila que camino hecho: la melena de Nancy, la brillantez de María Luz, la barrita de los Peanuts, la ternura de Little Lulu–, Quino supo contar, como siempre, otra cosa.

Además, se mudó en el kiosco, porque Mafalda zafó de las pilas de tiras en lo que era por entonces el patio trasero de los diarios y también del confinamiento en las revistas “de chistes”. Quino ocupó con Mafalda un espacio original en un tipo de medio nuevo: Primera Plana, el semanario moderno de información y análisis político. Allí, como después en El Mundo y más tarde en Siete Días y durante una década larga, la nena y sus amigos establecieron una complicidad inédita con lectores avisados, cómplices en un juego con código propio: la historieta con chicos que no es para chicos porque habla (también) de otra cosa.

Esos diez tomos de Mafalda –porque con Quino el chiste entra en la librería: se guarda y se relee– son, además de una dilatada muestra de humor de rarísima perfección, una obra maestra fechada, una enciclopedia: el pensamiento vivo, temores, ilusiones, conflictos y opiniones de la clase media urbana en vísperas de la tragedia argentina que la diezmaría primero y la desclasaría después.

Como si durante una década hubiese pedido la palabra, con Mafalda el elocuente Quino dijo todo lo que tenía que decir. Y después se volvió a callar. Acaso porque sobraban o faltaban las palabras para nombrar o comentar lo que se venía.

Porque hace cuarenta años, por tercera vez, Lavado le sacó punta al lápiz, cambió el plumín y empezó de nuevo. Necesitaba sacarse impurezas y basuritas de coyuntura, hábitos y estereotipias de un dibujo siempre limpio pero ya almidonado de tanto repetir caras y gestos queridos pero demasiado transitados. Suspiró hondo y, un poco más golpeado y serio o simplemente amargado ante ese mundo que no quiso que su nena compartiera, volvió a poner el énfasis ahí, en la pelea contra las fórmulas y las facilidades de la mano. A dibujar más y mejor sus ideas, destilar un humor conceptual, sutil y elaborado.

Y lo ha hecho -hasta el final no demasiado lejano- a su manera, con limpieza y la seguridad de los que se atreven a trabajar sin red. En las páginas impecables que regularmente entregó semanalmente a la revista dominical de Clarín, Quino logró combinar el máximo de universalidad temática –su domicilio de lectura es poco menos que el mundo– con un tratamiento gráfico personalizado, si cabe el moderno, espantoso barbarismo: Quino ilustra ideas pero lo hace dibujando con pormenores, personas en contexto, gente en su sitio, según su expresión.

Porque el Quino de la madurez –realista o alegórico– suele dar cuenta minuciosa del cuerpo y de los objetos. Ya sea en secuencias de varios cuadros o en cuidadas escenas integrales en las que “sube la cámara” a lo Health Robinson, hay volúmenes y perfiles, una voluntad de torcer, arrugar y sutilizar la línea alguna vez planchada, para obligar a mirar lo que se ve, las personas y las cosas cada vez más presentes.

Lavado, bien lavado pero sin planchar, el joven Joaquín y el viejo Quino han sabido ser siempre el mismo y, cada vez, otro. Y no ha sido una estrategia para sobrevivir sino simple coherencia. Algo que no se dibuja, pero que se nota al dibujar”.

 

El porqué de esta fecha 

Cada 4 de septiembre se celebra el día Nacional de la Historieta, en homenaje a la aparición del primer número, en 1957, de la revista Hora Cero Semanal, creada por Héctor Germán Oesterheld. Allí se publicó por primera vez El Eternauta, obra emblemática de Oesterheld y Francisco Solano López.

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