Plan Nacional de Lectura

ENCUENTRO EN TIEMPO Y ESPACIO

Recordamos “ese instante del tiempo” con Margara Averbach tras encontrarse con alumnos santafesinos.

Encuentro en tiempo y espacio

Hay algo que se repite casi siempre en mis visitas a escuelas: las caras abiertas de los chicos cuando escuchan a la persona que firmó el libro que leyeron. Yo los entiendo: en mis tiempos de escuela secundaria (malos tiempos para mí, siempre lo digo), nadie nos trajo nunca a un escritor al aula pero sé que yo habría sentido algo mágico si hubiera podido mirar a los ojos a la persona que había inventado las palabras entre las que yo me refugiaba. A veces, me miran y aunque no pregunten nada, escuchan con todo el cuerpo, desde la mano apoyada en la silla hasta los hombros inclinados hacia adelante. A veces, preguntan sobre lo que leyeron y después dicen “gracias” y yo les digo que es al revés…, que la magia la siento yo más que ellos porque veo en ellos lo que ellos vieron en mis historias.

Este año fue así en Santa Fe capital y también en San Justo, un pueblo que no conocía a pesar de mi relación especialísima con esa provincia porque pasé ahí (pero cerca de Tostado) una parte importante de mi infancia. En la capital, en una escuela de las afueras, frente a una plaza grande, verde, no se animaban a preguntarme así que yo seguí hablando de lo que hago y mirándolos mirarme hasta que al final, cuando uno de los coordinadores del encuentro, habló de la dictadura y de El año de la Vaca, un chico alto, suspendido en ese tiempo incómodo entre la infancia y la adultez, preguntó despacio:

–¿Pero cómo fue para usted, la dictadura? ¿Cómo era?

Yo le hablé de cielos en los que para mí no salía el sol. De años de noche casi infinita. La pregunta, la curiosidad que ardía en ella me hicieron comprender brusca, completamente, la distancia entre las edades de ellos, que nacieron en democracia, y la mía. Todos me escucharon en un silencio distinto de los anteriores, cargado de algo que era alivio, sorpresa, ese momento siempre fértil en que uno trata de ponerse en los zapatos del otro. Me acuerdo de haber mirado por la ventana el verde de un árbol, el blanco de una pared y de sentirme entera en ese lugar exacto, en ese instante del tiempo. Cuando salimos por la puerta, en la plaza frente a la que habíamos dejado el auto, había un potrillo alazán, y yo me acerqué a acariciarlo, a hundirme en ese pelo suave que para mí es la alegría. Estoy en Santa Fe, pensé. Por un instante, tuve (creo) otra vez seis, siete años.

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