Plan Nacional de Lectura

Derecho y Literatura: ¿un lenguaje común?

Con la presencia del escritor Pablo De Santis y de titulares de la Facultad de Derecho de Helsinski y de Buenos Aires, se llevó a cabo el cuarto encuentro de Lectores para la Justicia.



“Los abogados y los escritores tenemos una tarea en común, en el sentido de que nos concentramos en los textos, en las palabras. Por eso me pregunto: ¿qué les enseñamos a los estudiantes de Derecho en relación a la interpretación de la lectura?”.  Con este interrogante en boca del Dr. Panu Minkinnen, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Helsinki, Finlandia, comenzó  la semana pasada la cuarta edición del Encuentro “Lectores para la Justicia”.

Articular la lectura, la literatura y el derecho fue el objetivo con que en 2009 se gestó un proyecto entre la Facultad de Derecho de la UBA y el Plan Nacional de Lectura  que se llamó “Lectores para la Justicia”. Desde aquella fecha, se organiza una vez por año un Encuentro Interdisciplinario al que asiste un escritor y un profesional del Derecho para dialogar sobre los cruces que se dan en sus actividades.  

En esta ocasión, además de la visita del investigador finlandés, participó el profesor de Filosofía del Derecho de la UBA, Carlos Cárcova y el escritor Pablo de Santis.

“La materia prima con la que trabajan los abogados es el lenguaje, son las palabras. Sin embargo, en casi ninguna facultad de derecho del mundo se les enseña sobre lingüística o semiótica, ni tampoco análisis del discurso. Todas estas, perspectivas que plantean horizontes de sentido, útiles para la tarea de los juristas”, analizó Cárcova.  

Sobre la importancia de la palabra en el quehacer judicial, explicó: “Los jueces nunca tienen un caso, cuando el asunto llega a sus manos lo que tienen ya es una caso fenecido, un caso ocurrido, como dicen los jóvenes,  un caso que “ya fue”. ¿Qué es lo que tienen que hacer entonces? Reconstruirlo. ¿Y cómo lo hacen? A través de relatos. De los testigos, de los fiscales, de la defensa, de los peritos. Y luego se emite la sentencia, que es un relato más”.

Sobre los usos del lenguaje, Cárcova señaló: “existe el lenguaje, narrativo, emotivo, informativo. Pero también existe un lenguaje performativo, que es aquel que se produce cuando dicha (o escrita) cierta palabra, el estado de cosas del mundo se transforma. Y pasa a ser un estado de cosas diferente. Por ejemplo, cuando dos personas van a casarse y el juez de paz dice “los declaro marido y mujer”, quienes hasta ese momento eran solteros pasan a ser casados. Cuando en el fuero penal, el juez dice “culpable”, esa persona deja de ser inocente”.

“Pero tampoco debe decirse que los jueces son quienes establecen sentido. Precisamente porque no viven en una burbuja. Son seres sociales, insertados en un mundo de valores, de concepciones religiosas, de tradiciones. Cuando toman sus decisiones, no sólo piensan en la jurisprudencia y en la doctrina, sino que también piensan en lo que dice su madre, o su hermana, o sus amigos. Con lo que estoy afirmando que el interlocutor del juez cuando emite sentencia es la sociedad en su conjunto. Los horizontes de sentido, los puntos de vista, los discursos políticos, es decir, la cultura de su tiempo”.

La imagen de la justicia en la literatura

“En la literatura, una imagen del Derecho –quizás su versión más oscura-  está en la obra de Kafka. Por ejemplo en “El Proceso”, donde un hombre acusado de no se sabe bien qué, deambula por un laberinto legal. También en el cuento “Ante la ley” en el que un campesino llega a las puertas de La Ley, donde hay un guardián  que no le permite atravesarla”, relató el escritor Pablo de Santis y continuó: “Pero es en el relato “En la colonia penitenciaria” donde aparece una violencia explícita. La acción sucede en una prisión.  Allí hay una máquina -que es como el corazón de la institución- que opera cuando los reos son tendidos en una cama y un punzón les escribe en la espalda, desgarrándoles la piel, la falta que cometieron. Una máquina que dictamina y ejecuta. Una invención terrible”.

“Pero para que no todo se vea tan sombrío, podemos hablar del policial clásico, en el que hay una imagen más optimista de la justicia. Por ejemplo en la escena en la que los sospechosos se reúnen –en la sala de un gran hotel, en el comedor de un transatlántico, en lugares así- y el detective hace una especie de representación en la que señala al culpable. En esa escena se descubre quién fue el personaje que alteró el orden social y todos los demás personajes recuperan su inocencia”.

“En la novela policial negra  esa mirada optimista ya no existe porque la posibilidad de hacer justicia queda lejana. A lo mejor hay un crimen y se descubre el criminal pero subyace la idea de que el mal tiene raíces mucho más profundas que el hallazgo al que llega el detective. Que en estas novelas no se trata de una inteligencia brillante (como en el policial inglés) sino de un héroe moral.  En ese sentido, la construcción de la justicia está en él, que por ahí no logra hacer el bien, pero aspira a eso”.

“En los años 60, hubo unas novelas que terminaban sin que se supiera quien era el culpable. Lo cual era terrible para el lector. Una decepción. La vida es complicada, pero uno quiere que al menos en la literatura las cosas se solucionen”, analizó el escritor y concluyó: “Creo que en la literatura policial no tenemos que ver un espejo de la sociedad, no es esa su función. Pero tal vez sí sea un lugar donde los lectores nos podemos hacer preguntas y cuestionamientos sobre la verdad”.

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