Plan Nacional de Lectura

MIRADAS SOBRE LA LIJ

 

La mesa literatura infantil y juvenil, en el marco de las actividades de cierre 2012, reunió a dos grandes escritoras: María Cristina Ramos y Márgara Averbach. Un diálogo de lujo donde la literatura, las lecturas, la escuela y el papel fundamental de la mediación, estuvieron en primer plano.



 

¿Cuántos maestros andan a la par de la lectura de los chicos? María Cristina Ramos sembró el interrogante que disparó algunas respuestas posibles e invitó al auditorio a reflexionar acerca de la intimidad profunda que se juega en el acto de leer. “Si se mira con atención se descubre cuántos son los que caminaron el libro, como quien se mete y camina el río, no para hablar de los materiales identificables en él sino para dejarse llevar por la corriente, para detenerse en pequeños espacios donde se arremolina la vida. Cuántos son, maestros y chicos, los que caminan el libro y se quedan con la sensación de extrañeza de algún tramo, o con la vacilación que les llegó de algún personaje. Cuántos maestros andan a la par de la lectura de los chicos y esperan la reacción genuina, la pregunta incompleta que revela que algo rozó el paisaje interior de los chicos”.

La autora, que se refirió centralmente a la literatura infantil, pintó además el panorama actual de los libros y las posibles lecturas en relación al mundo escolar. Señaló que si bien en las escuelas hay cuentos, novelas, obras de teatro, se prestan libros y hay bibliotecas con libros muy usados, las hay también con “bellos libros ahogados en su propia espera”. Mirando a los presentes, subrayó: “Señoras y señores, dueños de la llave, la lectura de textos literarios instala un espacio de libertad”.

Ramos ubicó el papel del mediador en primer plano, ocupando un rol central para que se genere el “encuentro genuino” entre el libro y el lector. “Si bien la literatura puede ser juego, compartida en el espacio, puesta grupal, poco o nada supera los instantes de honda lectura que suceden en el silencio. Y no estoy negando la importancia de la lectura en voz alta porque sin duda empezamos así, así convocamos, así compartimos la lectura porque necesitamos acompañar el nacimiento de la voz interior con que seguirá leyendo cada uno”.

Asimismo, puso en crisis ciertas certezas respecto del material de lectura de que disponen los chicos; señaló que todo lo que se ha teorizado y se continúa construyendo en relación a lo literario tambalea si los chicos leen textos que no tienen la riqueza y la fecundidad de los textos verdaderamente literarios. “En algunas escuelas, suelen caerse simulacros; es también un simulacro sentir que estamos acompañando la formación de lectores, cuando las experiencias de lectura son poco frecuentes o banales”. En el mismo sentido, lamentó el utilitarismo con el que, a menudo, se abordan las obras literarias en el ámbito escolar: “Hay muchas veces una tendencia a completar lo literario con artificios materiales. Si voy a contar un cuento, me disfrazo; si leemos que después dibujen; si leemos que después trabajen: Quiebres ideológicos que se sostienen en el supuesto de que con la lectura no alcanza”.

La autora y editora destacó la centralidad de la tarea de mediación y valoró los logros conseguidos en este plano y  “los espacios de lectura tan jubilosamente ensanchados” en los últimos años, el compromiso y trabajo diario de tantos docentes que han mejorado la realidad lectora del país. Desde esta perspectiva, propuso volver a mirar aquellos espacios que no han sido permeables aún al trabajo consciente y profesional que se viene realizando hace ya unos cuantos años para ahondar la tarea.

Las mejores experiencias suceden, sin duda, donde está presente el entusiasmo tanto por parte de docentes, como de directivos y otros mediadores. Para que esto ocurra, reflexionó Ramos, es imprescindible confiar en la literatura: “Si creemos en el mundo literario, en la potencia del contacto entre el mundo creativo de un autor y los lectores, una vez logrado el contacto, una vez presentados libro y lectores, como mediadoras nos volvemos invisibles, figuras de fondo. Nos retiramos para acompañar el idilio con la mirada, para acompañar lo que finalmente está sucediendo con nuestra complacencia”.

 

Márgara Averbach, a su turno, coincidió en que la escuela tiene que difundir la lectura de buena literatura y habló de un contrato entre el lector y el texto, donde aparece nuevamente el necesario rol del mediador para trabajar con los chicos: “Lo que hay que enseñar es cierta paciencia. Darle tiempo al texto para poder entender ese universo que plantea y sus coordenadas. En la prosa, es común que cuando (los chicos) empiezan a leer digan ‘no entiendo’ pero hay que seguir leyendo para entender y entonces es central que alguien los ayude a comprender que esa paciencia es necesaria”.

Averbach hizo foco en la llamada “la literatura juvenil” y cuestionó la real existencia de esta categorización, más allá de lo comercial. “En algún punto pienso que los libros de literatura juvenil son un invento de mercado y la prueba está en los cruces que ha habido de textos para adultos a los juveniles y viceversa. Actualmente se publican para jóvenes libros que el autor escribió para adultos; hay ciertos libros para adultos cuyos personajes son jóvenes y terminan publicándose como literatura juvenil”.

En un paralelismo con la teoría de conjuntos, radicó el problema de la literatura juvenil en su ubicación entre la infantil y la de adultos. “Es bastante problemático definir ese lugar de intersección, sobre todo porque es un lugar de intereses, lenguajes, formaciones cruzadas”.

Planteado el escenario, la autora señaló que este cruce de libros de un lado a otro puede relacionarse, en parte, con la concepción de lo que resulta aceptable y no para los jóvenes. Averbach comentó cómo muchos libros que se consideran juveniles, en su origen fueron publicados como libros exclusivamente para adultos por tratar temas que resultaban muy polémicos y cómo, una vez que esos temas dejan de considerarse desestabilizantes y que se aceptan mayoritariamente, los textos pasan a la órbita juvenil, como si “bajaran” de categoría. “La idea es que esa literatura se domestica con el tiempo, parece menos áspera, menos rugosa, menos polémica, entonces la pasamos a los jóvenes. Obviamente, esto dice mucho sobre qué creemos que son los jóvenes: si ya les pasamos lo domesticado estamos diciendo que creemos que no son capaces de tomar algo polémico y entenderlo, discutirlo, debatirlo”.

Y continuó: “En general cierta idea del “libro para joven” tiene que ver con una idea de que el joven no ve demasiado lejos, como si estuviera ciego a ciertas partes del libro”. Estas cuestiones fuerzan, según Averbach, a que, al hablar de literatura juvenil sea preciso revisar cuáles son las creencias que se tienen respecto de esos lectores. “Creo que hay una tendencia en la literatura infantil y juvenil a disminuir al lector, a pensar que no lo van a entender y esto no es así”. 

Contra esta concepción, la escritora señaló la importancia de que la escuela difunda lectura de buena literatura y enseñar, ayudar a los chicos a entender que cierta paciencia es necesaria. “Esa supuesta dificultad es el sentido de leer literatura, de leer un lenguaje más exacto y más poético que, justamente por eso, lleva un tiempo entrar ahí”.

 

La poesía y los géneros populares

Al hablar de los géneros, surgen los desafíos que valdría la pena experimentar en el ámbito escolar.

 “¿Por qué insistir con la lectura de poesía? –esbozó Ramos y, pronto intentó respuestas. Por un lector más calificado, por dar una vuelta más en busca de intensidad y de promoción de la creatividad, para resituar a la poesía como espacio de múltiples sentidos, como convocatoria a explorar más allá de lo inmediato, de lo clasificable, como discurso que desafía la habilidad lectora y compensa con un pequeño universo de palabra alumbrada”.

Señaló que la poesía implica un abordaje diferente, único y figurado para hablar de aquello que no cabe en el decir cotidiano y por lo tanto, es algo en lo que hay que seguir insistiendo. “Para que al salir de la escuela, la poesía los haya dotado de un decir más hondo y los siga invitando a encontrar palabras para su subjetividad, que los conecten mejor consigo mismos”.

Averbach defendió el valor de los géneros populares y en los nuevos modos de lectura que abre el texto de fantasía. “Tiene una dificultad intrínseca y es que es difícil de leer, porque se mete al lector en un universo que sólo existe en la mente del escritor. La fantasía exige un esfuerzo y una paciencia por parte del lector”. Pero bien vale el esfuerzo y lo ejemplifica con una anécdota de una visita a una reservación guaraní en Vitoria, Brasil en 2001. El contingente que estaba de visita fue recibido por el cacique en un lugar sin paredes, eso permitía que unos grandes tucanes entraran y salieran todo el tiempo. Uno de los visitantes planteó como “solución” poner mosquiteros, a lo que el cacique respondió: ‘si ponemos mosquitero, ¿cómo entran los pájaros?’.

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