A 46 años de su muerte lo recordamos, y repasamos lecturas, volvemos a sus poemas, a sus relatos… entramos al terreno donde Girondo todavía sigue vivo, provoncándonos.
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¡Que quieren ustedes! A veces los nervios se destemplan… se pierde el coraje de continuar sin hacer nada, ¡cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda….
Estas palabras dan comienzo a una carta que escribió Oliverio Girondo estando en París, en 1922 y es contemporánea a la escritura de su primer libro, Veinte poemas para ser leídos en un tranvía.
A esa obra inaugural le siguieron Calcomanías (1925); Espantapájaros. Al alcance de todos (1932), Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1956).
Nació en Buenos Aires en 1891, estudió abogacía pero nunca ejerció, viajó mucho, fundó el periódico Comoedia y entre 1924 y 1927 participó del grupo de la revista vanguardista Martín Fierro.
Murió el 24 de enero de 1967. La fecha es la excusa para encontrar sus poemas tirados en la calle y recogerlos como quien junta puchos en la vereda…o para sacarlos de la biblioteca y compartirlos.
Abandoné las sombras,
Las espesas paredes,
Los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente
fragmento de Vuelo sin orillas, en Persuasión de los días
“La poesía de Girondo es una aventura verbal que se desencaja, zigzaguea y camina por la soga de la irreverencia”, dice Daniel Freidemberg en el prólogo de Noche Tótem, donde se recogen textos de varios de sus libros.
Él, que es considerado uno de los precursores de la nueva literatura universal en la Argentina, se cuestionaba en esa misma carta de 1922 sobre la importancia de publicar y decía: “¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071 % veces más de lo que debieran publicar?… Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar. ¡Prueba de existencia!”
Su existencia es lo que homenajeamos hoy, su obra, sus palabras y sin más preámbulos, los invitamos a leerlo, porque como él definió: “Un libro y sobre todo un libro de poemas, debe justificarse por sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen”.
“No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! –y en eso soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Esa fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!”… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…,aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes … la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer tan etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”, en Espantapájaros. Al alcance de todos.