Un 31 de diciembre, pero de 1878, llegaba al mundo Horacio Quiroga. Les proponemos un recorrido por la vida y la literatura de este maestro del cuento corto, autor del clásico Cuentos de la selva para los niños.
Julio Cortázar lo dijo con las palabras justas: "Quiroga figura entre los narradores capaces a la vez de escribir tensamente y demostrar intensamente, única forma de que un cuento sea eficaz, haga blanco en el lector y se clave en la memoria".
Es que la obra de ese hombre de barba descuidada, que se vestía con un overol manchado de grasa y peleaba contra la imagen habitual del "escritor prestigioso", se instaló en la literatura argentina con la fuerza que tienen los clásicos.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay. Era hijo del vicecónsul argentino en Salto y de la uruguaya Pastora Forteza. Por parte de su padre descendía del caudillo riojano Facundo Quiroga.
Su infancia quedó marcada por la trágica muerte de su padre al producirse un disparo accidental de escopeta. El tenía sólo dos meses, pero desde esa fecha, la tragedia sería una constante que se instalaría en su vida. A los pocos años, su madre volvió a formar pareja y su padrastro, con quien había cultivado una buena relación, se suicidó cuando Quiroga era un adolescente. En 1901, murieron dos de sus hermanos de fiebre tifoidea. Ese mismo año, mientras limpiaba un arma, una bala se disparó y ocasionó la muerte de uno de sus mejores amigos. Después vendrían los suicidios de su amiga Alfonsina Storni y el de su primera esposa. Le seguirán el de otro colega y amigo, Leopoldo Lugones (1938) y el de sus tres hijos, ocurridos después de la muerte del escritor.
En el medio de tanta desgracia, la selva. La elección de una vida en la naturaleza extrema, rodeado de una realidad hostil que siempre está midiendo fuerzas con el hombre y a la que hay que derrotar. "El destino no es ciego, sus resoluciones fatales obedecen a una armonía todavía inaccesible para nosotros, a una felicidad superior oculta en las sombras"; escribió alguna vez Quiroga.
Hay quienes analizan que la decisión de radicarse en la selva misionera podría pensarse como la necesidad de una experiencia extrema que minimizara en algún sentido la tarea de la escritura. Frente al desafío cotidiano de la selva y su aventura, sumado al trabajo manual al que siempre quiso dedicarse, estaba quizás la fantasía de abandonar la tarea de escritor, como si en este oficio se alojara la semilla de su destino trágico. Tal vez pensaba que, al intentar mutar en un "hombre común", el drama de la muerte podía alejarse. Pero sólo son suposiciones.
La literatura de la selva
En su adolescencia en la ciudad uruguaya de Salto, Quiroga descubrió la obra de Leopoldo Lugones y de Edgar Allan Poe. Mientras trabajaba y estudiaba, colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Durante el carnaval de 1898 conoció a su primer amor, una adolescente llamada María Esther Jurkovski, que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas y Una estación de amor.
Su primer libro de poesía Los arrecifes de coral, se publicó en 1901. Ese mismo año murieron dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, en el Chaco, a causa de la fiebre tifoidea. A esta desgracia le sucedió la muerte accidental de manos del propio Quiroga de su amigo Federico Ferrando, quien iba a batirse en duelo y cuya arma se disparó mientras la preparaban. El escritor fue detenido y luego de cuatro días, puesto en libertad, cuando la policía comprobó la naturaleza accidental del homicidio. La desolación por todo esto lo llevó a abandonar Uruguay.
En junio de 1903, Quiroga se unió como fotógrafo a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación de Argentina, en la que planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas. Esta experiencia lo marcó de tal modo que se decidió a invertir lo que le quedaba de su herencia paterna en la compra de unos campos algodoneros en Chaco. El proyecto fracasó pero la experiencia fue fundamental para el escritor y provocó un cambio radical en su obra y en su vida. A partir de este momento se dedicó a cultivar la narración breve y ya nunca abandonó la mirada de la selva en sus relatos.
En 1904 publicó El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe. Decidido a volver a la selva, compró una chacra sobre la orilla del Alto Paraná y en 1908 se trasladó. En 1911 nació allí su hija Eglé Quiroga. El escritor comenzó la explotación de sus yerbatales y al mismo tiempo fue nombrado Juez de Paz en el Registro Civil de San Ignacio. Al año siguiente nació su hijo menor, Darío.
Todo lo que Quiroga tuvo en la selva era producto de sus manos y de su ingenio. Su casa era un enorme bungalow con horcones, armazón, techo y piso de madera. Tenía su canoa, cepillaba sus remos, hacía sus desinfectantes, extraía anilinas de las plantas para teñir camisas y otras ropas. En un cuento indica que la niña hacía sombreros de cerámica y el varoncito, víboras. Él adornaba la casa con bichos disecados y maderas talladas. Educó a sus hijos en esa vida silvestre (en la foto que ilustra esta nota, Quiroga posa junto a su hija y un coatí) y puede decirse que de esa educación que él buscaba brindarles, salieron cuentos como El loro pelado e Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre.
Quiroga, que hoy en día está considerado como un maestro del cuento corto, escribió algunos de ellos para sus hijos cuando eran pequeños. Más bien se los contó y luego los fue escribiendo, publicando en revistas y finalmente, reunidos en libros, uno de los más significativos es Cuentos de la selva para los niños (1918).
Pero tampoco ese período de su vida puede pensarse como un remanso. Su esposa cayó en una profunda depresión y se suicidó tomando veneno. Tras su muerte, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de Secretario Contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad.
En 1927 publicó Los desterrados. Se enamoró de María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, y se casaron ese mismo año. A partir de 1932, Quiroga se radicó por última vez en Misiones.
Su capacidad de descubrir una historia allí donde el acostumbramiento que produce la realidad suele diluirla fue lo que hizo única su obra. En su literatura, lo extraordinario surge con total naturalidad. “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: «Desde el río soplaba el viento frío», no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes”; dejó dicho en su decálogo del perfecto cuentista; otro de sus legados que ha trascendido en el tiempo.
- Para leer en vísperas de Nochebuena
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