Relectura de cinco poetas. Volver a ellas para rendir homenaje a todas las mujeres que escriben, que leen, que fomentan la lectura, que indican caminos lectores. A las mujeres que alzan la voz.
Entre los materiales publicados en colecciones y campañas. el Plan Nacional de Lectura ha editado poemas de Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Susana Thenon, Olga Orozco y María Elena Walsh, que fueron incluidos en libros y recorrieron las distintas provincias de nuestro país.
En el Día Internacional de la Mujer compartimos algunos textos de estas grandes autoras. Para leerlas, descubrirlas o simplemente volver a sus palabras. Este es nuestro homenaje: la lectura compartida, que traslada a las autoras (y autores también, claro) a nuevas geografías, a nuevas generaciones.
Alfonsina Storni: Nació en mayo de 1892 y murió en octubre de 1938.
Su primer libro, La inquietud del rosal se publica en 1916 y le siguieron: Ocre, El dulce daño, Irremediablemente, Languidez, Poemas de amor, El amo del mundo, Mundo de siete pozos, Mascarilla y Trébol.
En 1931 es designada jurado en Buenos Aires, por el Intendente Municipal y es la primera vez que una mujer recibe ese nombramiento. Al respecto, publica en un diario: “La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición femenina”.
Hombre Pequeñito
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar.
Yo soy tu canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Alfonsina Storni
Olga Orozco: nació en marzo de 1920 y murió en agosto de 1999.
Su primer libro Desde lejos se publica en 1946 y le siguieron: Las muertes, Los juegos peligrosos, Museo salvaje, Cantos a Berenice, Mutaciones de la realidad, La noche a la deriva, En el revés del cielo, Con esta boca, en este mundo, Relámpagos de lo invisible.
“Sentir que soy una poeta, no lo sentí nunca, todavía estoy aspirando al título”, solía decir, comenta su amiga durante treinta años, Ana Becciu en su artículo “Olga Orozco, el juego peligroso” (publicado en Letras Libres: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/olga-orozco-el-juego-peligroso) y agrega que Olga Orozco fue la primera en la década del cuarenta que reivindicó para si la palabra poeta: “acuñándola de ahí en más para sus contemporáneas y las que la sucederían en tan peligroso oficio. A tal punto que, en América Latina, hoy resulta impensable que un periodista o un crítico (a menos que sea un cursi trasnochado) hable de “poetisa” cuando se refiere a alguna de las muchas y muy buenas poetas que escriben en nuestra lengua”.
Si me puedes mirar
Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en medio
de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda entre las galerías de este mundo.
Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de las pesadillas.
Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir en el más imposible de los sueños.
Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que descorre la tela de otros años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues que graban en mi alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no dolernos demasiado.
No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el momento mismo
en el que roen su rostro los enormes agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.
No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.
Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago deja caer su sombra sobre todos los años de mi vida?
¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de donde vine,
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.
¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las alucinaciones y a la muerte.
Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar sepultado
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías instantáneas
no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste a mis huesos.
Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos pobres jirones de luto que alimenta.
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón.
Olga Orozco
Alejandra Pizarnik: Nació en abril de 1936 y murió en septiembre de 1972.
Su primer libro La tierra más ajena se publica en 1955 y le siguieron: Los trabajos y las noches, La última inocencia, Las aventuras perdidas, Árbol de Diana, Extracción de la piedra locura, Nombres y figuras, El infierno musical, Los pequeños cantos, La condesa sangrienta, Textos de sombra y últimos poemas (publicación póstuma en el año 1982).
“¿Cómo escribir lo que me contó K. durante tantas horas? Cuando leyó un poema mío (muy doloroso) me dijo que se sintió mejor, que mi poema fue como un bálsamo para ella. Y yo pensé, que tal la poesía sirve para esto, para que en una noche lluviosa y helada alguien vea escrito en unas líneas su confusión inenarrable y su dolor”, escrito en su diario, en diciembre de 1962.
Cantora nocturna
La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul,
hay un caballo blanco, hay un corazón verde
tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto.
Expuesta a todas las perdiciones,
ella canta junto a una niña extraviada
que es ella: su amuleto de la buena suerte.
Y a pesar de la niebla verde en los labios
y del frío gris en los ojos,
su voz corroe la distancia que se abre
entre la sed y la mano que busca el vaso.
Ella canta.
Alejandra Pizarnik
Susana Thénon: Nació en Buenos Aires en 1937 y murió en 1990.
Su obra poética se inaugura en 1958 con Edad sin tregua. Pasó largos años sin publicar y dedicándose a la fotografía. En 1984 vuelve a publicar y aparece su libro Distancias y le siguieron: Ova completa, Habitante de la nada, De lugares extraños.
Junto a Alejandra Pizarnik editó una hoja de poesía Agua Viva y en el número 1, a propósito de la publicación escribió: “Nuestra tarea consistirá esencialmente en la búsqueda, selección y publicación de todo material que se justifique como hecho poético. Nos mueve, al mismo tiempo, un imperativo de honestidad esencial: barrer con los piratas de la poesía, con los gángsters de la poesía. Terminar de una vez con los acalambrados, los que aún riman “espejo” con “reflejo”. Esta hoja necesita, por tanto, que se la ayude. Solicitamos la indispensable colaboración de quienes nos lean. Las puertas están abiertas. La poesía también.”
Canto nupcial (título provisorio)
me he casado
me he casado conmigo
me he dado el sí
un sí que tardó años en llegar
años de sufrimientos indecibles
de llorar con la lluvia
de encerrarme en la pieza
porque yo -el gran amor de mi existencia-
no me llamaba
no me escribía
no me visitaba
y a veces
cuando juntaba yo el coraje de llamarme
para decirme: hola ¿estoy bien?
yo me hacía negar
llegué incluso a inscribirme en una lista de clavos
a los que no quería conectarme
porque daban la lata
porque me perseguían
porque me acorralaban
porque me reventaban
al final ni disimulaba yo
cuando yo me requería
me daba a entender
finamente
que me tenía podrida
y una vez dejé de llamarme
y dejé de llamarme
y pasó tanto tiempo que me extrañé
entonces dije
¿cuánto hace que no me llamo?
añares
debe de hacer añares
y me llamé y atendí yo y no podía creerlo
porque aunque parezca mentira
no había cicatrizado
solo me había ido en sangre
entonces me dije: hola ¿soy yo?
soy yo, my dije, y añadí:
hace muchísimo que no sabemos nada
yo de mí ni mí de yo
¿quiero venir a casa?
sí, dije yo
y volvimos a encontrarnos
con paz
yo me sentía bien junto conmigo
igual que yo
que me sentía bien junto conmigo
y así
de un día para el otro
me casé y me casé
y estoy junto
y ni la muerte puede separarme
Susana Thénon
María Elena Walsh: Nació en febrero de 1930 y murió en enero de 2011. A los 17 años, publicó su primer libro de poesías Otoño Imperdonable, con el que obtuvo el segundo Premio Municipal de Poesía. Más de su obra: Apenas viaje, Baladas de Ángel, Casi milagro, A la madre, Los poemas, Novios de antaño, entre tantos otros.
“Recuerden lo que quieran, olviden lo que puedan, e inventen lo que falte. Porque la vida de un escritor es siempre incompleta: la completan sus lectores, si tiene la suerte de conquistarlos”.
Como la cigarra
Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la última vez
y volví cantando.
Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
María Elena Walsh
- Lectura y Justicia
- CAPACITACIÓN EN LECTURA Y JUSTICIA