El pasado 12 de julio falleció Beatriz Ferro, una de las más importantes escritoras de la literatura infantil argentina.
Autora de cientos de cuentos y canciones, Ferro integró además uno de los núcleos literarios más prolíferos de nuestro país, el Centro Editor de América Latina, fundado por Boris Spivacow. Desde allí, dirigió en 1967 la colección Cuentos de Polidoro inspirada en la serie homónima que Spivacow había realizado para la editorial Abril y cuyas lecturas acompañaron a generaciones de niños.
Cuentos clásicos, mitos, leyendas, relatos populares, fábulas; decenas de textos se reunieron en 16 polidoros y marcaron un modo particular de editar literatura infantil conjugando los textos y con imágenes de grandes artistas y diseñadores.
Oski, Enrique Breccia, Ajax Barnes, Hermenegildo Sábat, Carlos Nine, Elena Torres, Gustavo Roldán, O'Kif, Oscar Grillo son algunos de los ilustradores con los que trabajó Ferro.
Entre su gran obra se destacan publicaciones como El Quillet de los Niños, para la editorial Arístides Quillet en 1970; Los Cazacosas; Veo y Leo, junto a María Elena Walsh, para Hyspamérica; ¡Arriba el Telón!; Historias Fantásticas de América y el Mundo y Pequeña Agenda, para Editorial Atlántida.
En 2001 recibió el Premio Pregonero de Honor por parte de la Fundación El Libro y fue candidata al Premio Hans Christian Andersen en 2008.
En 2007, la especialista en literatura infantil Graciela Perriconi la entrevistó para la revista Imaginaria. De allí, compartimos este fragmento:
—¿Cuándo y cómo se inició tu carrera de escritora para niños?
—Se inició mucho después de haber escrito una considerable cantidad de cuentos para chicos. En los primeros tiempos, urdir historias era un poco más que un pasatiempo que alimentaba mis flacos bolsillos con lo necesario para surtirme de óleos, témperas, blocks de dibujo, libros de arte y de los otros, y de todo lo relacionado con mis reales intereses: las artes plásticas, las artesanías, el diseño, y la arquitectura, con la que tuve un roce fugaz. También para gozar de un precioso tiempo libre en el que cumplíamos con la obligación de reformular el universo a partir de su recorte enmarcado por la ventana de un café.
Es curioso pero, como si la imagen me marcara el rumbo, mi primera entrevista con un editor —de Boris Spivacow se trataba— se debió a la iniciativa de una gran maestra del diseño, la ilustradora Agnes Lamm.
Lo cierto es que durante un buen tiempo me sentí embarcada en una nave que no recordaba haber abordado. Lo profesional llegó después, la palabra tardó en ganar espacio, y lo hizo, creo, no desplazando a la imagen sino apelando a nuevas formas y recursos que la instalaban en la escritura.
Para ver la entrevista completa: http://www.imaginaria.com.ar/21/2/ferro.htm
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