37 años. 30 mil desaparecidos siguen respirando en nosotros. Voces aquellas que son también las nuestras. Apostamos a dejar rodar sus palabras y permitir ser hablados por ellas.
En un nuevo aniversario del último golpe de Estado compartimos textos de algunos de los cientos de escritores detenidos-desaparecidos por la dictadura. La mayoría han sido extraídos del libro Palabra viva, elaborado por la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) junto a la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (CONABIP).
(…)
Por eso en este poema dejo mar, cielo y luna
mariposas, besos y sirenas,
y me dejo a mí,
porque cuando muera seguiré viviendo en estos versos.
(Poema para no morir, José Beláustegui)
De mis palabras,
de este cansancio imperdonable acumulando historias,
del contorno final de la ternura,
de lo que sucede en los rincones del silencio;
de todo esto,
de lo que hemos sido siempre y de lo que no somos todavía,
voy a dejarte mis más pequeñas cosas:
un ángel infinito,
una quimera,
una risa mansa desde hace seis años;
mis preguntas,
mi vieja costumbre de inventar el olvido,
mi poema.
El pan a manotazos.
Mi sueño dibujado a pedacitos.
En este último aniversario de la ausencia,
te dejo mis pequeñas cosas
para aprender a pensarte cuando me vaya.
(De mis palabras II, de Julio César Campopiano)
haroldo tenía cara de álamo y se jugó la vida varias veces, de modo oscuro, no heroico, a lo largo de cada duro segundo del minuto, la hora, el día. y también se jugó la vida una vez. tenía un camino dentro de él. llevaba a todo el mundo, a cualquier parte del mundo.
un día de haroldo es un día del mundo.
él no vuelva (tal vez).
tú,
florece.
(Haroldo Conti por Juan Gelman)
Cuando estuvimos desesperados, alguien contó la historia.
No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.
Ocurre lo de siempre.
Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.
Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez, siempre aquella vez, apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.
Nos apretamos las manos en la sala impenetrable; temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.
Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.
Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.
Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias
de los muertos que no aceptan su desdichada condición,
no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.
Hubo muchas anécdotas como ésta. ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien la contó.
Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.
Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar y nada más.
Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable. ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?
Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.
(Del otro lado, Francisco “Paco” Urondo)
Poetas, cantores
deshollinadores de la vieja memoria
rumiadores celestes de palabras
caballeros andantes de la melancolía
buceadores de la magia
filatelistas de la ceniza
Lamas de los papelitos
amigos míos
no vayamos a olvidarnos de la luz
que no está allá arriba ni tan lejos
sino aquí
por estos lados.
(Un favor a la poesía, de Lucina Álvarez)
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