Plan Nacional de Lectura

Octavio Paz: poeta, hacedor

Al cumplirse 15 años de su fallecimiento, lo recordamos con algunos de sus textos y reflexiones.



“Creo que los poetas deben conocer los oficios de los hombres. El poeta según la etimología es  el hacedor, y el poeta hace no solamente con las palabras, con las ideas, con las imágenes. Para hacer con las palabras, el poeta tiene que haber tenido antes la experiencia viva del trabajo humano”; decía el escritor mexicano. Hoy, al cumplirse 15 años de su fallecimiento, lo recordamos con algunos de sus textos y reflexiones.

 

“Mi destino, pensé desde niño, era el destino de las palabras”, sintetizaba casi al final de sus días Octavio Paz; el poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano, que fue Premio Nobel de Literatura de 1990.

Había nacido en épocas de la Revolución Mexicana, un 31 de marzo de 1914. Fue criado en el poblado de Mixcoac por su madre, su tía y un abuelo -soldado retirado de las fuerzas de Porfirio Díaz, intelectual liberal y novelista- que fue de gran influencia en su vida.

“Hoy recuerdo a los muertos de mi casa/ Rostros perdidos en mi frente, rostros/ sin ojos, ojos fijos, vaciados/¿busco en ellos acaso mi secreto, /el dios de sangre que mi sangre mueve,/ el dios de yelo, el dios que me devora?/ Su silencio es espejo de mi vida,/ en mi vida su muerte se prolonga:/ soy el error final de sus errores”; escribió Paz en “Elegía Interrumpida”. Para él,  los poemas para el poeta eran lo que el diario para cualquier otra persona y consideraba que en sus versos estaba su biografía.

“Mi madre, niña de mil años,/madre del mundo, huérfana de mí,/abnegada, feroz, obtusa, providente,/jilguera, perra, hormiga, jabalina,/carta de amor con faltas de lenguaje,/mi madre: pan que yo cortaba/con su propio cuchillo día a día”, dice un fragmento del poema “Mis palabras”.

Finalizados sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en 1937 Paz viajó a Yucatán como miembro de las misiones educativas del General Lázaro Cárdenas y se desempeñó en una escuela para hijos de obreros y campesinos en la ciudad de Mérida. Allí comenzó a escribir “Entre la piedra y la flor”, un poema sobre la dramática explotación del campesinado yucateco.

Para ese mismo año, fue invitado a España como miembro de la delegación mexicana al Congreso Antifascista, donde mostró su solidaridad con los republicanos en tiempos de la guerra civil. Allí, conoció y trató a los poetas de la revista Hora, cuya ideología política y literaria influiría en su obra juvenil.

En 1945 comenzó a trabajar como diplomático mexicano y fue destinado a Francia donde permaneció hasta 1951. En ese período se vinculó con los poetas surrealistas, quienes también dejaron rastros en su obra.  “Cuando la Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción./Merece lo que sueñas”, dice un fragmento del texto “Hacia el poema” publicado en el libro “Aguila o Sol”; acaso su etapa más surrealista.

Continuó su misión diplomática en Nueva Delhi (India), donde conoció y se casó con la francesa Marie-José Tramini -previamente, había estado casado con la escritora Elena Garro, con quien tuvo una hija-. Permaneció en India hasta 1968. Cuando se produjo la masacre de Tlatelolco, Paz renunció a sus cargos en señal de protesta contra esos lamentables sucesos que empañaron la celebración de los Juegos Olímpicos y marcando así sus diferencias con el gobierno mexicano. En los años siguientes, trabajó enseñando en diversas universidades estadounidenses.

En un testimonio a su biógrafa, la escritora Elena Poniatowska, Paz precisó: “La cultura comienza con el lenguaje y el lenguaje es esencialmente traducción. Comienza en el interior mismo de cada lengua: la madre traduce al niño, el sabio a las palabras de los antiguos, el brujo a los animales y a las plantas,  el astrólogo a las constelaciones. Traducir no sólo es trasladar sino transmutar. Y esa transmutación cambia al traductor y a lo que se traduce”.

El 19 de abril de 1998 Octavio Paz murió en la Casa de Alvarado, barrio de Santa Catarina, Coyoacán, Ciudad de México. El escritor había sido trasladado ahí por la presidencia de la República en enero de 1997, ya enfermo.

“Nunca somos/ a solas sino vértigo y vacío/ muecas en el espejo,/horror y vómito. La vida no es de nadie, todos somos la vida/ pan de sol/para los otros/ los otros todos que nosotros somos/ para que pueda ser/he de ser de otro/ salir de mí buscarme entre los otros/ los otros que/ no son si yo no existo/ los otros que me dan plena existencia”.  (Fragmento del poema Piedra del Sol).

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