Juan Gelman, considerado uno de los más grandes poetas latinoamericanos vivos cumple hoy 83 años. En su honor, lo que vale son las palabras en forma de versos, sus palabras de aquellos tiempos y de estos tiempos.
Nació en Buenos Aires en 1930 y nunca dejó de escribir sobre su tierra, aún cuando estaba lejos. Escritura de añoranza mientras vivía el exilio, en épocas de oscuridad militar en nuestro país.
“Volví clandestinamente a Buenos Aires en mayo de 1978. Estaba bella la ciudad. Mejor dicho, bellísima bajo esos días de mayo en que el otoño porteño admite un fuego, una calor de primavera muriendo o por nacer, nunca se sabe”, (Verso XIX, en Exilio, de Juan Gelman y Osvaldo Bayer).
Escribía desde antes, quizás desde siempre, porque los poetas nacen mucho antes que los libros, y su prosa habla de compromiso social y lucha por la verdad. Un poeta que ha escrito durante toda su vida, las palabras “justas”.
“¿Existe la palabra justa? La palabra, como la utopía, es incesante emulsión de dos pérdidas -lo deseado, lo obtenido-, un paraíso que nunca se tuvo y hay que buscar eternamente. La palabra justa pertenece al reino de la muerte. Y la condición de los poetas es frágil, no encuentran abrigo en su obra, cada momento de esa obra cuestiona los demás y entonces nada sostiene a quien no tiene otro sostén que el acto de escribir. Y, sin embargo, la poesía continúa. La poesía está cargada de más vida. Un poema sin ojos no puede cruzar la calle”, (palabras del discurso en la entrega del Premio Juan Rulfo).
En 1955 fundó con otros poetas y militantes comunistas, El pan duro, donde proponían una poesía comprometida y publicaban y difundían sus trabajos de manera cooperativa. Así aparece su primer libro, Violín y otras cuestiones, con el prólogo de Raúl González Tuñon.
También se desempeñó como periodista. Fue jefe de redacción de la revista Panorama, director del suplemento cultural del diario La Opinión, secretario de redacción de la revista Crisis y jefe de redacción del diario Noticias. Hoy en día colabora con el diario Página 12.
“Escribir es escuchar”, (carta a Paco Urondo, en Prosa de Prensa)
Marcado a fuego por la última dictadura militar: su hijo Marcelo y su nuera, María Claudia García Irureta Goyena fueron secuestrados y aun se encuentran desaparecidos. En cautiverio, María Claudia dio a luz a Macarena, quien fue robada tras su nacimiento. Tras años de una instensa búsqueda por Argentina y Uruguay, Gelman encontró a su nieta, cuya identidad fue restituida en 200.
“Estoy orgulloso de la militancia de mi hijo. A veces pienso que algo tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo y mi dolor. Mi hijo no era un “inocente”. Le dolían la pobreza, la ignorancia, el sufrimiento ajeno, la estupidez, la explotación de los poderosos, la sumisión de los débiles. Nunca se sintió portador de una misión, pero quiso cambiar el país para que hubiera más justicia”, (Elogio de la culpa publicado en Página 12 en marzo de 2001)
Y si bien siempre ha escrito de su patria, sus palabras han roto todas las fronteras. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano, holandés, sueco, checo, turco y portugués.
“… la poesía es un movimiento hacia el Otro, busca ocupar un espacio que en el Otro no existe”, (palabras del discurso en la entrega del Premio Juan Rulfo).
Algunos de sus libros más conocidos son: Hechos y relaciones, Citas y comentarios, Hacia el Sur, La junta luz, Composiciones, Anunciaciones, Interrupciones, Carta a mi madre, Salario del impío, Valer la pena, País que fue será, Mundar, De atrásalante en su porfía, El emperrado corazón amora, entre tantísimos otros.
Ha recibido numerosos premios, entre los que se destacan: “Boris Vian” (1987), Nacional de Poesía argentino (1997), Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda” (2005), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005), en 2007 fue galardonado con el Premio Cervantes, el más prestigioso de la literatura en español y en 2009 la Asociación de Poetas Chinos le otorgó el Premio Antílope Tibetano.
Compartimos el verso XII del libro Exilio, donde este hijo de judìos ucranianos recuerda a su padre. Lo escribió estando en Roma, Italia, en mayo de 1980. Sí, también mayo. El mes de su nacimiento y también el mes en que pisó clandestinamente Buenos Aires para respirar su aire.
Dice así:
“Mi padre vino a América con una mano atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. Yo vine a Europa con un alma atrás y otra adelante, para tener bien alto el pantalón. Hay diferencias, sin embargo: él fue a quedarse, yo vine para volver.
¿Hay diferencias, sin embargo? Entre los dos fuimos, volvimos, y nadie sabe todavía adónde iremos a parar.
Papá: tu cráneo se pudre en la tierra donde yo nací, en representación de la injusticia mundial. Por eso hablabas poco. No hacía falta. Y lo demás –comer, dormir, sufrir, hacer hijos- fueron gestiones necesarias, naturales, como quien
llena su libreta de ser vivo. Nunca te olvidaré, en la oscuridad del comedor, vuelto hacia la claridad de tus comienzos. Hablabas con tu tierra. En realidad, nunca te sacaste esa tierra de los pies del alma. Pieses llenos de tierra como silencio enorme, plomo o luz”.
- En memoria de Ernesto Sabato
- Día del Docente