Más de trescientos años y varias vueltas al mundo tiene ya esta historia del escritor francés Charles Perrault. Junto a la nena distraída de capa roja, el gato parlante y astuto ha logrado formar parte del imaginario colectivo de cientos de generaciones, y lo sigue haciendo.
El escritor Charles Perrault era un noble francés que vivió allá por el 1600. Contemporáneo de Moliere y de Racine, su casa tenía acceso a los jardines del Palacio Real en épocas de Luis XIV, aquel terrible monarca recordado como el autor de la frase “El Estado soy yo”.
De su obra, se conserva un manuscrito de 1695 con cinco cuentos en prosa: “La Bella Durmiente del bosque”, “Caperucita Roja”, “Barba Azul”, “El gato con botas” y “Las hadas”. Esa antología llevaba el título de “Cuentos de Mamá Oca”.
Hay quienes aseguran que estas historias formaban parte originariamente de la tradición oral de la época y que la obra de Perrault no es más que una transcripción, o mejor dicho, una adaptación. Es que sus textos tenían dos destinatarios: las personas concurrentes a la Corte de Versalles y los niños.
Claro que cuando este autor escribía literatura infantil, lo hacía pensando exclusivamente en los niños de su propia clase social. Es que en ese entonces, los hijos de la gente humilde ayudaban en los trabajos de la casa o en el campo, y a la realización de esas labores se restringía toda su educación.
Sin embargo, un elemento interesante del trabajo literario de Perrault es que no sólo retrató a la monarquía y a las altas clases sociales que frecuentaba, sino que al tomar los relatos orales como base de sus historias, supo contar también los padecimientos de los campesinos y los marginados.
Eso se ve claramente en “El gato con botas”, relato en el que la historia se inicia cuando un viejo molinero divide su herencia escasa entre sus tres hijos y al menor apenas le corresponde un gato. Justamente, el texto original dice que el hombre reparte sus bienes “sin llamar ni al procurador ni al notario que se hubieran comido su pobre patrimonio”. Por otra parte, era muy usual en aquella época que se empleara lo que llamaban “el derecho de primogenitura” y que los hermanos menores debieran salir a buscarse la vida, con un mínimo de la herencia en sus bolsillos.
Las artimañas y las botas
«No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis”, le dice el gato al pobre hermano menor y éste le confía, le compra el calzado y lo deja libre con la esperanza de volverse rico.
En el texto original, el gato miente descaradamente, amenaza a unos pobres campesinos, falsea la historia de su amo y sin embargo, su astucia es valorada. Con el paso de los años, la historia fue muchas veces adaptada, con modificaciones que apuntaron más que nada a limar aquello que sonara mal de acuerdo al concepto de niñez de cada época. Por esta razón es que, por ejemplo, en todas las versiones que siguieron, las amenazas a los campesinos mutaron en un acuerdo que el gato hace para que ellos mientan a cambio de que él los libre de la tiranía del ogro.
Los gatos con botas que hablan “argentino”
Hay versiones locales y no tan lejanas en el tiempo de esta historia que es un clásico literario.
“Los cuentos de Perrault” Traducción de Graciela Montes es una antología que lo incluye. Con ilustraciones de Saúl, fue publicada por el sello editorial Gramón-Colihue en 1999.
También en “El traje del emperador y otros cuentos clásicos” de Silvia Schujer aparece el Gato con botas. Aquí lo hace junto a la Bella y la Bestia, Aladino y el sastrecillo valiente; personajes que como él desconocen el concepto de “tiempo pasado” porque, con más o menos adaptaciones y cuestionamientos, siguen cautivando a los lectores más jóvenes y gozan de un eterno presente.
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