Este sábado que pasó se cumplieron 75 años de la muerte del poeta español Antonio Machado, el autor de “Caminante, no hay camino…” Lo recordamos con uno de sus últimos artículos, “El poeta y el pueblo”.
“Estos días azules y este sol de la infancia”. Esos versos tenía escritos Antonio Machado en un papel guardado en el bolsillo de su abrigo, el día de su muerte, un 22 de febrero de 1939. Para algunos de sus biógrafos murió de pena, en el destierro, mientras pasaba sus días en un pueblo costero de Francia llamado Colliure.
Español, nacido en Sevilla, vivía de enseñar francés y de sus artículos publicados. Creaba y escribía poesía y cuentan que no toleraba que nadie leyera o declamara sus textos de forma engolada. Su obra poética se había iniciado en 1903 con un libro titulado Soledades.
Por elección, Machado se alejó de la concepción modernista que entendía que la poesía era meramente forma. Por el contrario, para él no importaba tanto la musicalidad ni la buena rima, si no se contaba nada íntimo y personal. Del mismo modo, rechazó al surrealismo por su falta de estructura lógica a la que definía como “deshumanización”.
Muchos de sus versos han llegado a nuestros días como canciones. Tal es el caso de un fragmento de “Cantares”: Caminante, son tus huellas /el camino, y nada más; /caminante, no hay camino,/se hace camino al andar./Al andar se hace camino,/y al volver la vista atrás/se ve la senda que nunca/se ha de volver a pisar./Caminante, no hay camino,/sino estelas en la mar.
Durante la Guerra Civil Española, se unió al movimiento Alianza de Escritores Antifascistas y publicó varios artículos críticos en el periódico La Vanguardia.
También de esa época, es su célebre poema “El crimen fue en Granada”, dedicado a su amigo Federico García Lorca. “Se le vio, caminando entre fusiles, /por una calle larga, / salir al campo frío, /aún con estrellas de la madrugada. / Mataron a Federico /cuando la luz asomaba. /El pelotón de verdugos /no osó mirarle la cara…”
De sus textos en prosa, hoy elegimos para recordarlo el primero de una serie de 26 artículos que publicó en La Vanguardia, el órgano de expresión del partido republicano en el que escribían los principales intelectuales de la época. En este texto, titulado "El poeta y el pueblo", del 16 de julio de 1937, el autor reflexiona sobre la relación entre el escritor y sus lectores:
El poeta y el pueblo
Cuando alguien me preguntó, hace ya muchos años, ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil –era el tópico al uso de aquellos días– consagrado a una actividad aristocrática en esferas de la cultura sólo accesibles a una minoría selecta?, yo contesté con estas palabras, que a muchos parecieron un tanto ingenuas: «Escribir para el pueblo –decía un maestro– ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos –claro está– de lo que él sabe.
Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido que no acabamos nunca de conocer. Y es mucho más, porque escribir para el pueblo nos obliga a rebasar las fronteras de nuestra patria, escribir para los hombres de otras razas, de otras tierras y de otras lenguas.
Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez alguno de ellos lo realizó sin saberlo, sin haberlo deseado siquiera. Día llegará en que sea la suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz del saber, no creo haber pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular.
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