De los relatos dulzones a las chicas que se presentan rebeldes y le ponen mucha acción a los cuentos. Un largo recorrido, muchacha.
“Allá por donde pasa la princesa Tremenduskah no vuelve a crecer la hierba”. Al leer esta frase, la imagen que se representa es la de una princesa aguerrida, muy poderosa y maligna.
Tremenduskah es una de las más de veinte princesas que son clasificadas, contadas y descubiertas en el libro Princesas olvidadas y desconocidas, de Philippe Lechermeier con ilustraciones de Rèbecca Dautremer.
De ella se dice: “Tiene cara de ángel, pero es un diablo. Princesa temible. Prefiere blandir un sable a tocar el piano, las correrías a caballo a los cotilleos. No soporta los llorisqueos. Corre más que nadie, escupe por el colmillo y desafía a cualquiera a batirse con ella a espada. Herida en la batalla de Patagrás. Ex amazona. Fue amiga del espantoso Rasputín”. Y a continuación se explica el significado de “amazona”: “princesas que odian a los príncipes. Se alimentan de carne cruda y practican el manejo del knut (látigo con tiras de cuero y bolitas de metal en las puntas que hacen daño. Mucho daño)”.
En el libro de Lechermeier también hay una princesa holgazana, una que charla como una cotorra, una caprichosa, una torpe, una a la que se le olvida todo y tantas otras, que si bien no son malas como Tremenduskah, salen del molde y son una especie de antiprincesas.
Las princesas habitan los cuentos y las historias desde tiempos remotos, han estado siempre y desde siempre: princesas con zapatitos de cristal, princesas encerradas entre muros o en altas torres, princesas buenas, ingenuas, lindas, siempre lindas. Y para cada princesa un príncipe, por supuesto. Príncipes azules, jóvenes, elegantes, que bailan como los dioses, todo poderosos, que pueden con los pesares de las princesas y los transforman en vidas felices, con muchas perdices para comer. Príncipes con besos salvadores, pasaportes a la vida feliz.
La escritora Sandra Comino en la ponencia Algunas cuestiones de cómo quitar el maquillaje a los libros infantiles, recogida en el libro Esto no es para vos. Reflexiones sobre el campo de la Literatura Infantil y Juvenil, hace una clasificación de los príncipes según el carácter:
“Príncipe de Blancanieves, salió a cazar por ahí, vio a Blancanieves, quiere llevársela a toda costa y logra que los enanos se la regalen muerta y todo. Como si esto fuera poco, delega el traslado del ataúd a los criados, éstos tropiezan y la joven revive. Nunca le preguntó a Blancanieves si quería ser su esposa. Se casaron.
Príncipe de Cenicienta: en la versión de Perrault no va personalmente a probar el zapato a su futura amada, envía a un gentilhombre y es el gentilhombre quien descubre a la niña sucia llena de cenizas. Si no fuera por el gentilhombre Cenicienta no hubiera sido jamás princesa. Y en la versión de Grimm son las palomas quienes le advierten que el zapato ensangrentado no pertenece a la futura princesa. Y se equivoca dos veces hasta encontrar a Cenicienta.
Príncipe de la Bella Durmiente: -¿eres tú, Príncipe mío? Te estaba esperando hace ya mucho tiempo.
Llegó tarde, con cien años después. Menos mal que las princesas saben esperar”.
¿Princesas de otras épocas? ¿Cómo son las princesas de estos tiempos?, como en toda la literatura, la lectura que se haga de las obras es una lectura política-social-cultural, estrechamente ligada a la “época”.
Así es que aparecen princesas con otros perfiles. Las de ahora no pierden el status de “princesa”, pero se presentan rebeldes, autosuficientes, poderosas y en algunos casos, hasta cuestionan el lugar asignado y dicen no querer ser una princesa.
Yo no quiero ser princesa, es un cuento de José María Gutiérrez y Pablo Zweig, donde la protagonista es una niña cansada de los lujos, de que la halaguen, de tener tanta ropa y tantos juguetes.
“Parecerá una locura: todas las chicas del mundo quieren serlo, pero hay una que no. Y soy yo. Yo no quiero ser princesa”, empieza diciendo esta niña que prefiere recibir penitencias, tener un hermanito que la moleste, ir a la escuela, a tener que ser una princesa, en un palacio; ella quieren que la llamen nena y no su alteza.
Otro caso es el de la princesa Griselda, la protagonista del cuento La bella Griselda, de la escritora e ilustradora Isol. ““La princesa Griselda era tan hermosa que hacía perder la cabeza a cualquiera” y luego llega la aclaración: “y no es sólo un decir”. En esta historia, la hermosura es poderosa, logra que los pretendientes pierdan la cabeza, son decapitados espontáneamente, pero la acción de Griselda es lo que la hace una princesa muy particular. Ella conserva las cabezas colgadas de la pared, como si fueran trofeos de caza.
“Griselda cuenta la historia terrible de una princesa que se mete en la intimidad más tranquilizadora de las historias conocidas —los cuentos de hadas— llegando a trastocarlas y convertirlas en algo siniestro cuando las cabezas de sus pretendientes no vuelven a su lugar”, dice la especialista Flavia Krause en una reseña para Imaginaria.
Princesas modernas, príncipes rechazados ¿y las reinas? Que si hay una princesa, siempre hay una reina: una madre buena y llorona por la desgracia de su hija, o una madrastra mala y destructora.
Las reinas también sufren el paso del tiempo. Como en Reina Mala de Patricia Suárez, donde, el espejo mágico abandona a la reina para irse con Blancanieves, porque ella paga mejor y le ofrece vacaciones.
En el relato aparecen otros personajes típicos de los cuentos, tratados con humor y un poco de ironía, como una cenicienta un poco turulata o un Peter Pan insoportable.
(…)
Espejito, espejito, ¿quién es más linda que yo?
–Blancanieves, mi reina.
–¡Pero será posible! ¡Si ya no está más! ¡Blancanieves se durmió y después se murió! ¡La enterraron los enanos!
–Bueno, no. No está bien informada, mi reina.
–¡No estoy bien informada, eh!
–No. Pasó que la fue a visitar el Príncipe Azul.
–¿Quién?
–Era un muchacho… se había perdido en el bosque y resulta que justo, justo se topó con el ataúd de cristal donde los enanos tenían a Blancanieves, que, como usted recordará bien, no estaba muerta sino dormida…
–¿Qué Príncipe Azul?
–Uno flaquito, con el pelo todo con rulos, que juega a la pelota en…
–¡No, si tenía que ser ese infeliz!
(…)
¡Todos esos esfuerzos para que me digas que fue ese tarado del Príncipe Azul y la despertó con un beso! ¡Con un beso, si es de no creer! ¿Qué necesidad tiene él de andar besuqueándose con cuanta doncella dormida encuentra en el camino?
Los invitamos a leer el cuento completo (lo pueden encontrar en la sección Recursos "literarios" de la página del Plan) y a buscar otras historias de princesas, clásicas o modernas, pero siempre vigentes.
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