México celebra hoy el centenario del nacimiento de uno de sus principales escritores.
"La dimensión de Paz fue la de un hombre universal. Fue un puente entre culturas, que nos unió a Japón, a Francia, a Inglaterra", describió hoy para la agencia de noticias AFP la novelista mexicana Elena Poniatowska, ganadora del premio Cervantes 2013.
“Mi destino, pensé desde niño, era el destino de las palabras”, sintetizaba casi al final de sus días Octavio Paz; el poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano, que fue Premio Nobel de Literatura de 1990.
Había nacido en épocas de la Revolución Mexicana, un 31 de marzo de 1914. Fue criado en el poblado de Mixcoac por su madre, su tía y un abuelo -soldado retirado de las fuerzas de Porfirio Díaz, intelectual liberal y novelista- que fue de gran influencia en su vida.
“Mi abuelo, al tomar el café, me habla de Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a pólvora. Mi padre, al tomar la copa, me habla de Zapata y de Villa, Soto y Gama y los Flores Magón. Y el mantel olía a pólvora”, escribió Paz en el poema “Interminencia del oeste”.
En 1945, el escritor se incorporó al servicio diplomático mexicano y fue enviado a París, donde trabó amistad con André Breton y otros surrealistas. Allí escribió El laberinto de la soledad (1950), su controvertido y esencial estudio de la identidad mexicana.
“Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor que es hambre de vida es anhelo de muerte”, precisó. “Los campesinos son cultos aunque sean analfabetos. Tienen un pasado, una tradición, unas imágenes”. También dijo: “Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa”.
“La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad”, planteó.
Paz llegó a la cima de la literatura al obtener el premio Cervantes en 1981 y el Nobel en 1990. En aquella ocasión, comentó: “El Nobel no es un pasaporte a la inmortalidad. La relativa inmortalidad de las obras literarias y artísticas la da la calidad”.
En “La llama doble” expresó la razón de ser de su obra: “Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes. La fuente de ambos es mi vida; escribo sobre lo que he vivido y vivo”.
“La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio”. “La concepción de la poesía como magia implica una estética activa; quiero decir que el arte deja de ser exclusivamente representación y contemplación: también es intervención sobre la realidad. Si el arte es un espejo del mundo, ese espejo es mágico: lo cambia”, escribió en “La casa de la presencia”.
Sobre el amor, el tiempo y la muerte, Paz dijo: (El amor) No nos regala la eternidad sino la vivacidad, ese minuto en el que se entreabren las puertas del tiempo y del espacio: aquí es allá y ahora es siempre y concluyó de modo contundente: “El amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte”.
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