Hoy se cumple un año de la noticia triste de su muerte. Desde el Plan Nacional de Lectura, la homenajeamos en las palabras de Angela Pradelli.
Lento se apaga el verano. Enciendo lámparas y sonrisas.
Pronto florecerán los crisantemos.
Espera, corazón.
Este es el haiku que Toshiro Ueda le escribe a Naomi Watanabe, los protagonistas del cuento “Mil grullas”, perteneciente al libro “No somos irrompibles, doce cuentos de chicos enamorados”, de Elsa Bornemann. Ese cuento se basa en una antigua leyenda japonesa que promete que cualquiera que haga mil grullas de papel recibirá un deseo, que puede ser una vida larga o la recuperación de una enfermedad.
En mayo del año pasado, la noticia de la muerte de Elsa nos atravesó el corazón. Muchos de los que fuimos sus lectores sentimos el nudo en la garganta y casi que nos sentimos en falta por no haberle llevado mil grullas a su cuarto, por no haberla rodeado de pajaritos de papel que la retuvieran en este mundo.
Hoy que se cumple un aniversario de su partida la nombramos ya sin esa primera angustia, sino con el disfrute de su literatura, que hizo pensar, reir, jugar con los miedos y emocionar hasta las lágrimas a generaciones de chicos. “Socorro”; “Lisa de los paraguas”; “Lobo rojo, caperucita feroz” y “Un elefante ocupa mucho espacio” son sólo algunos de sus títulos.
Pero para recordarla en primera persona, les compartimos las palabras que nos envió especialmente la escritora Angela Pradelli:
“Salíamos de la dictadura. Era un momento de una gran ebullición cultural. Había que recuperar muchas cosas, no alcanzaba el tiempo para las lecturas, las obras de teatro, los recitales, y todo lo que había estado durante años anulado. Ni hablar de los cursos y cursos que se abrían. Grandes maestros dando talleres y trasmitiendo su saber, su experiencia.
Yo estaba recién recibida y daba clases en una escuela de Burzaco, que por supuesto no fue ajena a esa ebullición. Recuerdo que se organizaron talleres para alumnos, y también para padres, y siempre se agotaban los cupos muy rápido. Alguien propuso entonces invitar a Elsa Bornemann, ¿vendría la autora?
Hicimos el encuentro en un hall grande del primer piso, vinieron muchísimos docentes, algunos padres, alumnos, inspectores, directores de otras escuelas. Las sillas se acabaron pronto y, sentados en el piso, nos tuvimos que apretujar. Elsa era una gran escritora y era también alguien que había sobrevivido, junto con su literatura, a las garras de los represores. De todo eso habló esa noche Burzaco, y no fue la única vez. Volvió a los pocos días pero para conversar con sus verdaderos lectores, aquellos que ella quería, a quienes visitó aula por aula.
Estábamos las dos tomando un café en uno de los salones y una maestra se acercó a saludarla. Le dijo que era un honor que visitara la escuela una autora de "literatura infantil". Elsa se puso seria, detestaba ese adjetivo. No soy una escritora infantil, le contestó, soy una escritora que escribe textos que leen los chicos.
En su última visita a Burzaco tuvimos una larga conversación sobre su padre, por quien ella tenía un cariño especial. Algunos años después, me tocó entrevistarla para Página12 y volvió a hablarme de su padre, de la pérdida que le seguía doliendo. Fue en esa entrevista que me contó que le había costado dejar la docencia porque le gustaba muchísimo, "… pero pensé: si yo estuviera en una isla desierta, ¿qué haría? Y… escribiría, aunque sea mentalmente o en una hoja de una planta. En una isla desierta no podría tener alumnos, tendría que salir adelante con la escritura."
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