El escritor Eduardo Abel Gimenez comparte tres momentos de algunos de sus viajes con el Plan Nacional de Lectura. Una síntesis repleta de emociones.
Tres momentos de los viajes:
– Escuela en las afueras de Posadas. Mi acento porteño se hace notorio, y tal vez algo molesto. Propongo un juego de escritura. Un chico empieza: «Tengo un caballo bayo». Pero no dice «caballo bayo», dice con énfasis «¡cabasho basho!». Carcajadas generales. Incluida, en el tumulto, la mía.
– Sala de SADOP en Santa Fe. Pequeño grupo de adultos. Una mujer me dice que no tiene su propio ejemplar de Tus ojos (un libro mío de poesía), así que saca el de la biblioteca y lo va copiando a mano en un cuaderno. Me lo muestra.
– Profesorado de Lengua en Aristóbulo del Valle (también Misiones). Una alumna me pregunta: «¿Qué piensa de la lectura digital? ¿No estará destruyendo el libro?» Contesto que me parece lo mejor que podría estar pasando para la lectura. Pone caras, duda: «¿En serio?». Abro la mochila, saco el Kindle y se lo paso. Minutos siguientes: discusión.
Ser sorprendido, sorprender. Recibir riqueza, tratar en lo posible de darla. Apasionante.
(Suelo proponer otro juego: completar la información que falta en microrrelatos extremos. Digo mi «cuento» de tres palabras: «Tenía otro, escondido». En algún lugar los chicos piensan en caramelos, alfajores. En otro, chicos más grandes hablan del amante en el ropero. En una escuela de los márgenes, alguien dice en voz baja: «Un revólver».)