Un día como hoy, el 1 de marzo de 1879, se publicó por primera vez La vuelta de Martín Fierro, la segunda parte de la obra fundante de la literatura argentina.
Los hermanos sean unidos,
Porque esta es la ley primera…
Los versos de José Hernández, que hoy circulan casi a modo de refrán, integran las primeras páginas de nuestra historia literaria. Como ocurre a menudo con las obras artísticas, el Martín Fierro encierra huellas de una época. Señales de pujas y enfrentamientos; de las contradicciones de la vida cotidiana; de la búsqueda de una idea de Nación.
El Martín Fierro se presentó al público en 1872. La obra, un poema organizado en XIII cantos, relata la vida de un gaucho que vive en la pampa y, luego de ser prácticamente despojado y obligado a combatir en las campañas de conquista, es perseguido injustamente por el mismo poder central que lo había reclutado a la fuerza. Traspone entonces la frontera y se adentra en el desierto con la esperanza de encontrar una vida mejor entre los “salvajes”. La pobreza, el desamparo, la polarización civilización o barbarie son abordados desde la mirada desprejuiciada del gaucho errante.
La respuesta del público fue inmediata: en seis años se elaboraron once ediciones, sin contabilizar reproducciones y copias ilegítimas. El prólogo a la edición de 1894 da una dimensión de esta popularidad: “Cuarenta mil ejemplares desparramados por todos los distritos de la campaña han constituido la lectura favorita del hogar, de la pulpería, del soldado y de todos los que tenían a la mano un ejemplar del Martín Fierro. Más aun: en algunos lugares de reunión –galpones o pulperías- se creó el tipo de lector en torno del cual se congregaban gentes de ambos sexos para escuchar con oído atento la genuina relación de la vida gauchesca”.
La obra se constituyó en una experiencia de lectura colectiva, cuyo ritmo podía ser acompañado por la guitarra. Del mismo modo que con las coplas y payadas, sus versos sonaban, se leían, se escuchaban, se aprendían. “Doce gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, doce vueltas de Martín Fierro, cien cajas de sardinas”, figuraba en el encargo de una pulpería de campaña. El Martín Fierro estaba entre los elementos de primera necesidad.
A esta primera parte se conocería luego como La ida, en espejo con La vuelta de Martín Fierro, el poema de XXIII cantos que se publicó en 1879 y completa lo que hoy conocemos como Martín Fierro. Esta continuación narra la vida del gaucho entre los indios y luego su huída, en virtud de rescatar a una cautiva. Martín Fierro retorna a sus tierras, se reúne finalmente con sus hijos y les da, sobre el final, una serie de enseñanzas que hoy forman parte de nuestro imaginario colectivo (“un padre que da consejos, más que un padre es un amigo”).
En relación al autor y su virtuosismo para trasmitir la voz del gaucho, Ricardo Rojas ha señalado: “Hernández no es un retórico que remeda, sino un payador que canta. Estamos con él tan lejos del imitador literario, como estamos cerca del genuino aeda popular. De ahí que la obra sea más grande que su autor, pues como siempre ocurre con estos poemas que resumen una corriente estética o un sentimiento social, el Martín Fierro asume los caracteres de una obra colectiva”.
José Hernández nació en 1834 en la chacra de Pueyrredón, en el partido bonaerense de San Martín, en una familia entroncada en la burguesía colonial. Debido a una enfermedad pulmonar, durante la adolescencia se muda al campo y es allí donde entra en contacto con los gauchos y adquiere un conocimiento profundo de la vida rural, de su gente, del trabajo, los animales, las fronteras. Vivió en Paraná, Entre Ríos, en Buenos Aires, Montevideo y Brasil. A lo largo de los años, se desempeñó como periodista, militar y político. Desde cada uno de sus cargos, como también desde la poética, fue un firme defensor del federalismo.
Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor a la lectura, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en su forma más general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de mayor relieve y con sus giros más característicos, a fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha e íntima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia.
Hernández sobre la publicación de La vuelta de Martín Fierro.
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