Se cumplen 15 años de la muerte de Bioy Casares, el escritor que marcó un antes y un después en la literatura fantástica argentina. El gran amigo de Borges. El esposo de Silvina Ocampo. El auténtico “dandy” porteño.
Todo pasado está igualmente lejos. He ahí la congoja de la vida. Todo pasado está igualmente cerca. He ahí la esperanza de la muerte. (Adolfo Bioy Casares, “Guirnaldas con amores”)
“Un periodista amigo me había preguntado cuál era el sentido de mi obra. Acusé el golpe, como dicen los cronistas de boxeo, y alegué que tales aclaraciones no incumbían a un narrador; que si mis libros justificaban una respuesta, ya la darían los críticos bien o mal. No habré quedado del todo satisfecho, porque esa noche, antes de dormirme, de nuevos pensé en la pregunta del periodista y me dije que un posible sentido para mis escritos sería el de comunicar al lector el encanto de las cosas que me inducen a querer la vida, a sentir mucha pereza y hasta pena de que pueda llegar la hora de abandonarla para siempre. Entonces recapacité que yo quizás no lograra comunicar ese encanto, porque el afán de lucidez con frecuencia me lleva a descubrir el lado absurdo de las cosas, y el afán de veracidad me impide callarlo”.
Esta reflexión de Adolfo Bioy Casares pertenece a un capítulo de su libro “De las cosas maravillosas”, una reunión de textos escritos en tono confidencial o incluso anecdótico que reflejan su interpretación sobre algunos aspectos de su propia historia.
En esta fecha lo recordamos especialmente porque hace quince años, un 8 de marzo de 1999, dejaba este mundo a la edad de 84. Efemérides de calendario que también nos recuerdan que 2014 es el año del centenario de su nacimiento.
Adolfo Bioy Casares nació un 15 de septiembre de 1914 en la ciudad de Buenos Aires y fue el único hijo de una familia de clase alta acomodada, lo que le permitió dedicarse casi en forma exclusiva a la literatura a lo largo de toda su vida.
Con más de medio centenar de libros publicados, Bioy construyó una sólida producción literaria que le valió el Premio Cervantes (1990) y numerosas distinciones de otros países europeos que, sobre todo a partir de la muerte de Jorge Luis Borges, su cómplice literario durante casi medio siglo, releyeron y redimensionaron su obra.
A los 26 años publicó “La invención de Morel”, la novela que le consagró y a partir de la cual empezó a sentirse escritor, según declaró en alguna ocasión: "Tengo seis libros anteriores que creo que son los peores seis libros del mundo".
“Mi primer libro lo terminé a los seis años. Era una novela de amor dedicada a mi prima. Se llamaba Iris Margarita. Después terminé varias novelas más”, relató el propio Bioy Casares en 1983, en una entrevista de la revista Claudia que dio junto a su esposa, la escritora Silvina Ocampo. “Toda mi producción hasta La invención de Morel es un horror: Prólogo, 17 disparos contra lo porvenir, Caos, Vanidad, La estatua casera, y otros más. Yo insistía en publicar para castigo de mis amigos. Ellos me consideraban un buen muchacho, pero yo les infligía novela tras novela”, precisó con gracia.
“El humorismo es la más alta forma de la cortesía”, le gustaba decir y quienes lo conocieron en persona confirman que cultivaba esa personalidad encantadora, gentil e ingeniosa en todas sus facetas. El auténtico “dandy” porteño confesó una vez: "Creo que comencé a escribir por timidez, porque quería enamorar a todas las mujeres… Era inteligente pero torpe con las palabras; entonces me propuse seducir con la palabra escrita".
Tras “La invención de Morel” (1940) vinieron “Plan de evasión”, “El sueño de los héroes”, “El lado de la sombra”, “El gran serafín”, “Diario de la guerra del cerdo” -llevado al cine por Torre Nilsson-, así como los libros escritos en colaboración con Jorge Luis Borges con el pseudónimo de Bustos Domecq. Una obra que confirmó que, junto con su íntimo amigo Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, su esposa durante 53 años, conformaron un trío brillante para la literatura nacional.
Un par de meses antes de morir, le preguntaron si podría despedirse a través de un libro como había hecho Ernesto Sábato en su libro de memorias “Antes del fin”. "No", respondió. "Ochenta y cuatro es muy poco. Tengo esperanza de doblar esta edad". En aquella misma ocasión aseguró que si pudiese elegir un epitafio, querría uno que dijera: “Le gustaba la literatura. Eso es todo”.
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